jueves, 31 de enero de 2013

La mano sangrienta (cuento)


          _Formemos una banda._ Propuso una tarde Augusto Paccino. _A vos te gusta tocar la guitarra, ¿No?.
          _Si._ Respondió Cristobal Capelletti. _¿A vos que instrumento te gustaría tocar?.
          _La batería._ Dijo Augusto.
          Entonces Capelletti lo miró a Rogelio Sarlenga y le dijo. _Entonces vos tenés que tocar el bajo.
          _Bueno._ Dijo Sarlenga. _¿Cuál es el bajo?.

         
          Augusto Paccino era un pibe bastante aplicado, no le costó mucho convencer a su padre para que le comprara una batería. La consiguieron por un aviso en Segunda Mano y, desde Santos Lugares, los tres aspirantes a estrellas de rock la fueron a buscar, en tren y bondi, hasta Ramos Mejía, lo que para ellos era bastante lejos.
          La batería era una Rex de cuatro cascos. El bombo era de color bordó, el tom era cremita y la chancha y el redoblante eran de color marrón. Tenía un charleston desflecado y un plato más grande que todo el resto amontonado. Esto último lo comprobaron cuando quisieron acomodar el platillo en la frazada que Paccino había llevado para transportar el set.
          A Cristobal Capelletti no le fue tan fácil, él no era aplicado en el colegio, de modo que no le quedó más remedio que trabajar. Por suerte su tío era dueño de una carpintería y le dio laburo al toque, duró todo un mes y con lo que ganó pudo comprarse una guitarra barata. Una stratocaster roja hecha por un luthier del barrio. Con lo que le quedó se compró una correa plateada, un cable y una púa en una casa de música de Avenida La Plata. En cambio, lo que su tío gastó en cierras durante el mes en que Cristobal trabajó en su carpintería le hubiese alcanzado para cambiar el auto.
          Rogelio Sarlenga también tubo que trabajar un mes para conseguir su instrumento. Durante todo un mes tubo que pedirle a la madre, todos los días y por lo menos una vez durante cada comida, que, por favor, le comprara un bajo.
          Cuando tuvieron los instrumentos se juntaron en la pieza del fondo de la casa de Paccino y, antes de empezar a tocar, se auto bautizaron como La Mano Sangrienta.
          Sarlenga consiguió que le presten un amplificador viejo y Cristobal enchufó la guitarra en el equipo de audio de Paccino.
          Los tres estaban de acuerdo en que Paccino era bastante buen baterista, aunque ninguno estaba seguro si al bombo había que pegarle al principio o al final del tema.
          Los primeros días de ensayos fueron mas bien exploratorios, y todo iba más o menos encaminado hasta que a Capelletti se le ocurrió que, por ahí, sería buena idea averiguar cómo se hacía para cambiar de tono.
          Sarlenga descubrió, por ejemplo, que el amplificador que le habían prestado hacía saltar los tapones.
          Al cabo de algunas semanas la cosa empezó a tomar forma.
          Capelletti ya cambiaba de traste cada tanto y podía sostener la púa durante más de un minuto, Augusto Paccino aprendió que la banana era buena para evitar los calambres y Sarlenga aprendió a arreglar los tapones.
          Siempre ensayaban a la hora de la siesta, salvo los domingos, que le pegaban duro desde las ocho de la mañana.
          Ya llevaban ensayando más de un mes y medio cuando Paccino les preguntó a los otros dos si querían tocar en el cumpleaños de su hermana, que era el Sábado ocho de mayo, sólo faltaba una semana pero los dos dijeron que si.
          Ensayaron todos los días hasta que llegó la fecha. Entonces solamente tuvieron que sacar los equipos y la batería al patio. Los pusieron en el espacio que quedaba entre la pieza de Augusto y la pileta, apuntando hacia la gente, de manera que la pileta los separaba del público.
          Tenían todo pensado. Cuando Cristobal movía la cabeza empezaban a tocar y cuando la movía de nuevo paraban. Además también habían decidido que Augusto tocara el bombo al final del tema, como para crear expectativa. Después de eso Sarlenga y Cristobal planeaban hacer algo que sólo ellos sabían, ni siquiera Augusto estaba enterado en que consistía el truco, lo único que sabía era que habían sacado la idea de un video clip.
          Como a las ocho y media empezaron a caer los invitados, todos amigos de la hermana de Paccino, en gran mayoría mujeres.
          Los tres estaban seguros que después de tocar las minas se les iban a tirar encima.
          Cerca de las once de la noche las luces del patio se apagaron y la música dejó de sonar, eso sólo podía significar una cosa, que estaban por cortar la torta. Y después de eso La Mano Sangrienta hacía su primer recital.
          Cantaron el cumpleaños feliz, la hermana de Paccino sopló las velitas, comieron torta y tomaron jugo, pero lo más importante todavía no había empezado.
          Sin que nadie se lo espere Augusto Paccino hizo un redoble, entonces Capelletti movió la cabeza y empezaron a tocar.
          Mi, Re, Do, Re; Mi, Re, Do, Re; Mi, Re, Do, Re; Mi, Re, Do, Re...
          La gente seguía comiendo torta. Algunos se reían.
          Ellos seguían tocando. Disfrutando de aquella gloria que sólo podía brindarles el escenario.
          Mi, Re, Do, Re; Mi, Re, Do, Re; Mi, Re, Do, Re...
          Algunos de los invitados los miraban con cara de asombro. Otros chiflaban.
          Ellos seguían.
          Mi, Re, Do, Re; Mi, Re, Do, Re...
          En seguida el público empezó a insultarlos abiertamente. Desapués se sumaron algunos vecinos.
          Ellos tocaban sin dejarse amedrentar por los insultos ni por las amenazas.
          Mi, Re, Do, Re; Mi, Re, Do, Re; Mi, Re, Do, Re; Mi, Re, Do, Re ...
          Los botellazos no se hicieron esperar y hasta un vecino apareció en el patio con una escopeta.
          Era momento de terminar el show.
          Cristobal sólo tenía que mover la cabeza y listo. 
          Mi, Re, Do, Re; Mi, Re, Do, Re...
          Nada más tenía que mover la cabeza.
          Mi, Re, Do, Re...
          Después de eso venía el golpe de bombo, dejaban de tocar y Sarlenga y él hacían el cierre del recital.
          Mi, Re, Do, Re...
          Cuando vio que el vecino ya lo tenía en la mira Cristobal movió la cabeza y dejaron de tocar, después Augusto le pegó al bombo y Sarlenga y Cristobal llevaron a cabo el cierre sorpresa que habían ideado, se miraron, contaron hasta tres y se tiraron en la pileta, al instante comenzaron a electrocutarse.
          Sarlenga tardó más en morir, por eso se convirtió en una leyenda, en cambio Cristobal sólo fue recordado como “el que murió con Sarlenga”.
          Augusto Paccino ahora es pelado y trabaja en el centro.

 Gustavo Cipriano    

1 comentario:

  1. jajajaja buenisimo gustavo me ague de risaaaaa la mejor banda de barrio esa eh jajajaja xD

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